Mockumentary: Y es un vicio más

El otro día estaba viendo un “documental” sobre el megalodon, un mitológico tiburón gigante de la prehistoria. A mí me fascinan estos animales marinos y me quedé pegado, engatuzado por esa luminosidad del aparato de cámara y la ferocidad del protagonista de la historia al que le daban caza.

Al terminar quedé un poco inquieto. Si realmente existía algo, un animal de ese calibre y un medio para captarlo y registrarlo, así cambia todo en la vida y pensé: “me hago explorador náutico y me vuelco al objetivo de avistamiento”. Bueno, al menos en primera instancia, los sueños e ilusiones me invadieron.

Pero no, tal bestia no es real, o al menos, no se sabe. Lo que yo vi fue un mockumentary, un género del humor negro con identidad en el mundo anglo, que no es nada más ni nada menos que bullying comunicacional al burlarse de expectativas, inquietudes y curiosidad de la audiencia.

Un género donde lo que importa es la forma, el fondo es una excusa y a veces, lo disparatado se considera mejor. Lo peor, es que no se reconocen, no vienen con sello ni mención y el público jura por su vida que son reales. Estos contenidos se exhiben en canales como Discovery Channel o Animal Planet, en el cine o como atractivos paquetes informativos audiovisuales en TV abierta.

El backstage me lo imagino como esa borrosa escena cómica de un director sentado en su silla identificada con sus iniciales al reverso intentando recrear la realidad al máximo, fantaseando y mintiendo inclusive, para paradójicamente reírse de lo mismo en su antagonista; los pobres ingenuos detrás de la pantalla.

Como si la manipulación multimedia intencionada fuera culpa o responsabilidad de la audiencia y sus vastas complicaciones.

Este formato es una amenaza, la gente cree lo que ve, sin embargo, aprenden mal, luego replican y enseñan mal. Y es un vicio más como decía mi buen amigo Charly García.

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