Sentir de un adolescente (1998)

Mareado, confundido, perdido y oprimido. Infeliz e insatisfecho. Quien era para alegar. La expresión parecía un tesoro que pocos podían alcanzar, pero quería pelear por él.

Mi mente vacilaba y se preguntaba, debatía solitaria y buscaba alguna razón, los porqué ¿Se encuentran en algún lugar?¿Se conocen?¿Se llegan a conocer?

Me daba cuenta y sentía el abuso del cual era sujeto. Me sentía un vulgar instrumento, manejado, manipulado, guiado constantemente en el mundo de casualidades que es la vida.

Ansiaba el fin, un camino, pero no veía, estaba ciego y vagabundo en el trayecto. Mi instinto colapsado y fundido, esperando exclusivamente un término, cualquiera fuese el final.

Una desconfianza habitaba en mi, la inseguridad iba poseyendo cada parte de mi alma. El cuestionamiento era total, rozando lentamente y sin saberlo los límites de la irracionalidad.

Irónica, hasta burlesca me parecía mi vida y en general, toda existencia. El tipo seguro, el muchacho que con facilidad obtenía corazones ajenos, el galán naufragaba perdiendo su seguridad. La inestabilidad marcaban mis acciones y malgastaba mis dotes y cualidades en castigarme. El manejo social se me hacía intolerable; veía todo malo, erróneo, feo.

La amistad y la sociabilidad las desarrollaba sin conflicto y ellas tampoco tenían problemas conmigo. Hasta el punto donde había llegado, donde estaba parado, ya nadie pensaba en mi. La soledad era horrenda, hostil, monstruosa, dueña de mis segundos, dominaba los perímetros de mi realidad.

El dinero abundaba a mi alrededor, la holgura económica facilitaba los malos pasos, tenía alcance a demasiadas cosas, muchas inmerecidas. Eso se complementaba con mi inmaterialidad, gastaba sin importarme los demás, era tan pasajero que llegaba a ser inexistente. Esa era mi visión. Derrochaba dinero sin control, pues para mi eso no contaba con mucha validez.

Creía controlar mi vida y mis acciones, pero sin darme cuenta sabía que no era así. Algo tenía el control más allá de mi, más allá del ser humano, todo predestinado. Encomendado a la tierra, como si cada persona fuera una misión sagrada. Las religiones eran macro-cruzadas, todas creyéndose la única, la mejor, la más sólida, la constante y eterna. Sin embargo estaban unidas y conectadas y tenían el mismo jefe. En aquella época no sabía como explicar o representar aquel jefe, hoy tampoco puedo y creo que nunca podré, pero para mis adentros definí que la energía máxima era aquel mandatario, de la energía partía todo y en ella todo terminaba. Era intangible, pero con disponibilidad te tocaba y paseaba a tu alrededor. Era común, que muchos le pondrían el nombre de Dios. Las doctrinas se aprovechaban de la gente e históricamente ha habido abusos por parte de las religiones hacia las distintas comunidades, hablaban en nombre de Dios, eran sus representantes, eran Él en la tierra. Eso me desagradaba y para mis adentros me causaba rabia e impotencia, al ser incapaz de decirle al mundo mis creencias y al ser el mundo incapaz de apoyarme.

Sentía como la depresión anímica era parte de mi ser. La desmotivación, la desgana me hablaban y convivían a mi lado, sentía su aliento a diario y minuto a minuto era más cercano a ese estado.

Trataba de encontrar gente similar, con una forma semejante de pensar, de creer. Si eso no era posible estaba abierto a expresarme ante alguien sabio, radical, que me diera consejos profundos.

Por el contrario a quien acudía se planteaba al instante cariñoso, creyendo que yo necesitaba que me quisieran. Sin embargo, necesitaba querer, necesitaba amar, enamorarme. Llegar a la cúspide del amor, basar tu vida en otro y levantarse todas las mañanas por el deleite de estar con la mujer amada.

Tanto hablan de amor, tanto escucho aquella palabra, pensando en mi interior que era solo una ilusión. Para mí era un encanto que te conquistaba y te carcomía, apoderándose de toda forma pensante. Era idealismo, fanatismo, debilidad. El miedo a la soledad era uno de los fundadores de aquel sentimiento y yo, como fuerte que me creía, no podía caer en el. Si a nada temía y nada quería, mentalmente no tenía ninguna debilidad. En eso me basaba para actuar con frialdad, con rudeza y con una absoluta racionalidad, incuestionable.

No amaba a nadie, nada me motivaba, el término nada se transformaba en un pilar primordial dentro de mi cabeza, el gusto por la vida era, a cada instante, más escaso, hasta limitarse sólo a momentos de placer, gozo, gloria.

No entendía, mientras las dudas hallaban hogar en mi. La confusión profunda era mi compañera y mi guía. El peor guía que se puede tener, era frustrado, cansado de poseer tal condición.

La vida en mi casa era insoportable. La convivencia entre mi familia era difícil, transitaba en ella esperando no recibir heridas, era como un campo de batalla, en silencio, donde solo se escuchan efímeros estruendos que rebotan en tu interior. Costaba, cansaba, me creía el peor enemigo de todos, al final yo mismo era mi peor enemigo. Dejé de escuchar, las palabras que volaban en mi casa buscaban ser atendidas, pero se quedaban en el aire esperando, perdían todo sentido y su uso se limitaba poco a poco. No éramos más que una comunidad antisocial, enojada con el mundo, pero al ser parte del mismo el enojo crecía, al saber que en el fondo se está enojado con uno mismo. Era desesperanza, frialdad, ira, duda. Era un mar de inseguridad, de sentimientos vagabundos, amor y cariño presente, pero no querían, no necesitaban mostrarse y se mantenían escondidos, intimidados por las potencias negativas.

Acostarme era un ritual sagrado y odiado, era saber que tenía que levantarme al día siguiente y tener que seguir viviendo con todas esas cosas rutinarias que tanto desprecio me causaban. Era un eterno comenzar de una revolución que nunca pasaba, un empezar donde los ideales quedaban botados, solitarios, donde la cotidianidad consumía nuestros actos y la superficialidad abundaba mientras te susurraba al oído palabras bonitas y decoradas que nunca eran bien recibidas, por el contrario, actuaban como gatillos, de furia e infelicidad.

Realmente me costaba vivir, eso provocaba un cambio, no sólo me era difícil sino que la vida se trataba de un sobrevivir, no de vivir bien sino de no morir. Tenía al mundo dándome la espalda y sin pensarlo mucho en aquel momento, ni reflexionar lo que estaba haciendo tome la decisión, inviolable (me dije para mis adentros) de abandonarme, entregarme al vacío, basándome en la teoría del dolor y el golpe eran los mejores remedios. Si vivía de tal forma, sin ayuda ni compañía poco hubiera logrado quedándome en ese estado, seguiría con el concepto de sobre vivencia, de angustia y de agotamiento. Para mi, eso tenía que parar, ¿Estaba dispuesto a asumir los riesgos y de hacer un extremo esfuerzo? Tenía que intentarlo.

La prueba, mi propio y auto impuesto examen se comenzaba a escribir. Como primera medida tenía que decidir donde iba a vivir. Si me iba, no iba a recibir apoyo de mis padres, no podía contar con el dinero de ellos. Darme cuenta de eso fue un fuerte golpe, fue entender que tenía que empezar de nuevo, de cero y que lo único que hasta el momento me iba quedando de mi antigua vida serían mis estudios. Cuando asumí eso, me propuse trabajar, antes de largarme necesitaba conseguir alguna forma de financiar mi comienzo.

Así, dibuje mi futuro a corto plazo. Continuaría alojándome en la casa de mi familia, hasta tener la cantidad suficiente para encontrar un lugar donde dormir. Necesitaría tener el trabajo asegurado cuanto antes, esa fue la primera acción que debía realizar antes de seguir trazando sueños. Corte las quimeras que volaban en mi cabeza y comprendí que las acciones debían iniciarse. Hasta ese momento viví como un ser soñador, pero la ilusión acabaría aquella misma noche.

 

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