– Escribir es una oportunidad-. El maestro, todo un guía en la materia, se paseaba voluntarioso por el salón. Yo, personalmente, asumí sus palabras como un mensaje directo en primera instancia y después, como un desafío.
A los once años, recién asimilando mi condición de púber, escribí mi primer relato para una clase escolar. Fue un desastre, pero algo cambié después de eso, sobre todo gracias al apoyo de la profesora que tenía en ese entonces. Ya el tercero contenía elementos buenos, rescatables. Desde ahí la curva ha sido ascendente.
El leerme y encontrarme bueno a mi mismo fue el segundo gran paso.
Antes, fue generándose en mí una profunda necesidad de expresar, de contar locuras o estupideces y de recrear mis sueños o pesadillas. Así he recorrido géneros, desde diario de vida, mi herramienta a los ocho, hasta aikido, arte oriental, que conocí pasados los veinte. Todas etapas del mismo desarrollo.
Recuerdo, con un relato pautado, el reconocimiento que tuvo mi prosa por una profesora del colegio. Ella nunca supo que su influencia me incentivó a creer en lo que escribía. Tampoco supo cómo motivó la lectura en un niño que era rebelde a los consejos, arisco socialmente y, por esos días, enemigo de cualquier relación con el estudio.
Así, las experiencias de vida definen tus caminos, aun cuando actores de esas experiencias ni lo sepan.
Me acuerdo de mi madre que, con ojos cristalinos, agradecía mis cartas que desde pequeño le escribí. Siempre le dedicaba el candoroso amor que sentía por ella y me esforzaba por hacerla sentir única y, por supuesto, la mejor.
Me acuerdo de más de alguna mujer que no mostraba interés en mí hasta que le escribía algo. En particular, una que de quererme lejos y distante, pasó a desearme aún sin saber por qué. <<Bonitas palabras debían trastocar sus corazones incansables de búsqueda de aceptación y algo de seguridad>>, pensaba yo.
Me acuerdo de un cuento que dejó a todo mi curso escolar fascinado. Mientras lo leían, yo buscaba refugio como un avestruz, evitando mostrar mi rostro sorprendido por la inesperada acogida y colorado por la vergüenza.
Pero más, mucho más, me acuerdo de mi rostro de satisfacción, placer y orgullo después de leer algo mío, asimilando que la obra en cuestión salió de mi propio interior.
Ese rostro de natural regocijo, fue la consecuencia de la necesidad y si me esfuerzo por retratar el por qué escribo, esa es la mejor explicación.
Escribo por los sentimientos y emociones maravillosas que evoca en mí; escribo porque ha sido una herramienta que me ayuda a adaptarme al sistema y escribo por el amor de expresar. Espero en el futuro, vivir de mis historias.
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