No sé si este sería un tema de chilenos, santiaguinos o meros seres humanos, pero en la cotidianidad diaria de la vida, en específico del transporte público, hay algo que me molesta sobremanera.
Hace sólo unos días me pasó que yo había tenido un día largo y tedioso, los párpados se me caían del cansancio y mis pies latían agotados.
En el metro, suelo ceder el asiento o, mejor aún, comúnmente me voy parado, pensando en mi cabeza que muchos pueden necesitar ese asiento más que yo.
Pero ese día que yo no quería más guerra, los asientos estaban todos ocupados y, si bien es cierto que había vagones llenos, donde iba yo sobraba espacio.
Y me senté, en el suelo, como suelen hacer los universitarios y escolares.
En Universidad Católica se subió una anciana de esas que se creen con autoridad moral sobre ti, que me empezó a mirar feo como si yo le obstaculizara su comodidad.
La verdad es que yo a ella no le interrumpía en nada de nada, como mucho su espacio visual. Me comenzó a mirar distante primero, como enjuiciándome, para luego acercarse voluntariamente y molestar con su trasero arrugado mi rostro derrotado por la rutina.
Yo, obvio, me enojé y lejos de pararme como quisiera la veterana, me quedé sentado y hasta estiré mis pies para demostrarle que si de molestar se trataba, yo podía más.
Se bajó en Los Leones y el trayecto fue un constante desafío, como una batalla entre dos contrincantes que no desean perder terreno.
Antes, hubo un estudiante que viendo mi situación tomó cartas en el asunto y se sentó a mi lado, mientras mirábamos cómplices la rabia estúpida de ella.
¿Cuál es la idea, si no le estás haciendo nada a nadie, molestar de esa manera? ¿Tan aburrida es la vida de esos pobres entes en pena que ya la único que hacen es joder?
Ojo, aquí no generalizo a todos los de la tercera edad ni por género, pongo en este saco a ese específico grupo de viej@s solitari@s que, como ya no saben que más hacer, se dedican a impacientar y molestar a otros.
Y ayer me pasó algo similar, iba en la micro llena y se sube una de estas señoras, atraviesa la micro como si hubiese que ponerle una alfombra roja, descarada, avasalladora.
Esas arrugas andantes malintencionadas son lejos lo que más me molestó de la rutina de esos años, aún más que las largas caminatas o las eternas esperas.
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