Uno más, pensé que era uno más.
Todos los años, una gran tradición y dos familias con sus integrantes como personajes principales.
La verdad es que las circunstancias nunca son las mismas, son sólo los rostros y el nivel de consumo lo que se mantiene.
Y como personas también hay cambios.
Mi momento, era peculiar.
Un año trastocado. Un año de extremos, de límites intensos y de decisiones.
Sí, fue un año diferente para mí.
Partió con un verano experimental. En un viaje, en Brasil con mis dos hermanos. Allí probé, toqué y sentí y me gustó. Pero ya fue, lo que allá hice en mi mente está y sólo ahí existe. Es solo un recuerdo. Imágenes que se intercambian en la memoria, pero fuera de servicio, ya no opinan, ya tuvieron su minuto de gloria y majestad y lo aprovecharon a su antojo.
Después el comienzo real del año; el inicio de clases, responsabilidades y respetos. El génesis constante de la rutina y la trivial cotidianidad.
Ahí sufro. Me cuesta. Discuto y me sobrepaso.
La disciplina se la encargo a quien quiera transportarla.
Y acciones, errores para unos, llevan el desmoronamiento como un estandarte y ahí estoy yo para hacerle gala.
Y obvio, hay costos. Cuatro meses desafiando al silencio en un juego de tablero que me enfrentaba con mi padre. Era un desafío de orgullo y arrogancia, infantilismo e involución.
Necesario, que quede claro, pero tan estúpido como intrascendente.
Pasan los minutos arrasados por las semanas y éstas por los meses. La tensión presente como una mosca merodeando sobre tu nariz. Molesta, nadie la quiere.
Veo caras desconocidas de mis padres. De ambos. Son las consecuencias de este vandalismo familiar.
Y me preparo. Veía la luz de tranquilidad, al alcance, cerca. Pero no aún.
La ansiedad lidiaba contra las expectativas. Más que de tablero este juego era punzante, vertiginoso. La contienda termina en una nada ridícula.
El tiempo pasa y todo llega.
Fue especial. Conversar con la conciencia, la búsqueda del ser y el clásico dilema que a todos toca, pero que pocos, muy pocos enfrentan.
Esos días son paz y armonía. Una delicia para un perturbado como yo.
Ya dije, la temporalidad avanza sin avisarnos.
Llegó la fecha del despilfarro, brutal jarana. La tradición.
Venía distinto y sucedió distinto.
El principio fue igual. En la tarde siguiente la vi. Uno lo siente, preguntas sin sentido revuelan en la cabeza e ilusiones malditas exigen.
Pero no. La vi lejos. Distante. Con una sonrisa hermosa, no dispuesta, sino en pos de acompañarte, pero aún no contigo. Pronto algo cambió.
Sus palabras eran más dedicadas y el trato más cercano.
Menos mal. Su amiga, un chiste. Tan divertida y risueña como un colibrí primaveral. Riendo y causando risas. Muy bien. Facilidad.
Así, tiempo que estaban, estaba con ellas. Con ella, que por lo común se encontraba a mi lado por una cosa de posiciones natural.
De pronto, mi comportamiento tenía un sentido. Muy rastreado. Un sentido social. Mi actitud de eterna transparencia daba un rédito. Dudoso, pero había.
La penúltima noche temprano se fue. El idiota obtuso que soy se contra revolucionó y en un estado de desordenado enojo una almohada mis lamentos tontos recibió.
El amanecer posterior yo ya había derrochado la posibilidad. Mi sitial era utilizado como por turnos por mis parientes.
Yo miraba, decía un comentario, pero por dentro la calma mantenía un duro duelo con la rabia. Y para peor, no sabía ni de que. Inútilmente mi control peligraba y no sabía porqué.
Pero esa noche fue mágica.
Ilustre se podría decir si esto fuera política. No lo es. Menos mal.
Lento. Ya no eran minutos en una carrera, eran segundos paseando por el parque como dos ancianos.
Su piel delicada y suave fue rozando primero. Después tanteaba con su mirada, ojos grandes, afectuosos y atentos hacían tiritar los latidos. Sin buscarlo sus manos se posaban en las mías y mis labios gruesos se pegaban a los suyos finos.
Maravilloso corazón maravilloso. Una canción dice así, pero no lo entendía y hasta criticaba a los vulgares seres inferiores que son víctimas de aquellos efectos químicos.
Mientras el sentido baila con esta alma rebosante de un placer lindo.
Una cascada de partículas emocionantemente emocionales cae por mi espíritu y baña desde el cabello más largo al máximo de mis extremidades de una sensación de absoluto bienestar.
Un placer de alegría que incomprendida vuela. Ella sabe, las emociones descienden, ella vuela.
Así estoy. Dándole vueltas y vueltas a tonteras que me cuesta pronunciar. O costaba. Decirle linda es como nombrar a la máquina de afeitar como gillette. Un reflejo espontáneo.
Antes, en ese viaje ya comentado un primo me sacó el tarot. Esa tarde, en el segundo piso de una casa playera me predijo el año.
Y que año, lejos uno de los mas significativos de mi vida. Un año complejo. Tortuoso a momentos, pero que me tiene en la cumbre de la felicidad.
Transantiago, en tu año, ya no eres tema para mí.
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