Fútbol al plato

Recién terminé de suministrarle a mi cuerpo uno de los desafíos más poderosos que haya recibido nunca antes en su extensa trayectoria. Esto, cómo un receptor de alabada categoría en el área chica de la alimentación desmesurada.

Todo comenzó cuando un domingo cualquiera -en el que se vive el clásico chileno y argentino, que a mi no me importan mayormente por ahora- me veo en la situación de proveerme del tan casero o externo almuerzo dominical en la casa de mi tía, pero en la que me encuentro solo con mis vicios. La casa se encuentra despoblada de sus habitantes por una visita habitual de ella y mi prima en este tipo de días; a la familia.

Pero así junto conmigo reviso el refrigerador para ver que hay dentro y disponible y hacer un análisis comparativo de las posibilidades. En el estudio, influye de manera magistral la fácil y rápida preparación, ni mencionar, claro que si, que después de la prioridad principal que tienen las mezclas de sabores que más satisfacen a las papilas gustativas. Me refiero a que sea un placer arrollador saborear.

Vi arroz, palta, lechuga, huevos, pepino y zanahoria. Arroz quedaba poquito, pero sería la base del campeón junto a la palta. Dúo dinámico ése, bien potentes. Una dupla de temer.

Primero cogí una de las paltas resecas que hay acá: “Son silvestres”, dice la tía a medio andar entre su movilización permanente.

Algo le pude sacar a la fruta verde, que en vez de ése color la habían pintado en su interior más de luto que de vegetación. Eso me entregó un poco, pero muy poco de palta a mi plato así que busqué ahora una de las de verdad y tras tocarlas con cortesía elegí la más madura.

La corté por la mitad y se complementó con su prima campesina en la blanca, aunque acuchillada cerámica plana. Al momento, guardé la otra parte en el refrigerador y me dispuse al inicio de la creación.

Entre medio recogí por ahí el tazón donde se encontraba el poquito de arroz y lo calenté unos segundos en el microondas.

En paralelo escudriñé para encontrar un sartén apropiado, y al dar con él, lo puse un ratito al precalientamiento previo. Originalmente iba a ocupar un solo huevo, pero al quebrarlo cometí algún inusual error y la yema se esparció por la superficie de metal. Ahí supe que iba a ser un enfrentamiento, al final, con dos balones blancos dentro del campo.

Saqué el arroz de la caja imprescindible y lo vacié en la ya molida, saleada y revuelta paltita. Y nuevamente lo mezclé hasta conseguir una fusión uniforme. Parejito.

Entre tanto, atendía a quien se cocía al fuego y me dispuse a permitirle la presencia de un compañero de castigo y así el segundo huevón se reventó de manera perfecta en el teflón.

En una apertura casual de refrigerador vi por ahí escurridizo un queso que me llamaba a gritos para ser rebanado y, siguiendo mi instinto y el llamado corporal, dividí la cosecha del producto lácteo en dos. Una parte iría a acompañar en la cancha a los cocidos, y la otra, se iría en pequeños pedazos al arroz tibio con palta. La idea fue que los primeros se derritieran en su máxima expresión, mientras que sus compipas del segundo grupo apenas tuvieran una relación cariñosa y tierna con la agradable temperatura del cereal.

En esa etapa ya visualizaba la maravilla que quedaría, pero faltaba más. Mucho más. Y en otra apertura del camarín me acordé del rojizo pimentón, esta vez con toques en degradé de un verde oscuro. Al acercarme para alcanzarlo mi mirada atenta -o más mi ansiedad de triunfo- observó los tomatitos que esperaban su oportunidad tranquilos en el banco de suplentes. Así, se unieron al plantel los dos nuevos que venían de jugar en el malogrado equipo rojo, pero que decían orgullosos y decididos que querían cumplir a la confianza del técnico y responder a las expectativas que por ellos se habían depositado.

El primer turno fue para el marrón que piqué en tiras y, luego, en cuadraditos irregulares. A continuación, fue la oportunidad del jugoso que actuó como los de su clase se suelen comportar y dejó esparcir su líquido que alcanza a todos.

A esas alturas el huevo ya estaba listo y fuera de llama para no quemarse, además de darle la facultad de ambientación en su futuro entorno. En seguida pude detectar que hacía falta más verde al conjunto y extraje de la rejilla refrigerada la otra mitad de cáscara negra que contenía como núcleo su cuesco semillero.

Cuando estuvo listo el extraordinario puré, justo antes de unir a los huevones con queso con el resto del equipo, me vino la ocurrencia de agregar su dejo carnívoro para potenciar la delantera y materializar su aporte con dos nueve largos, medios tronquitos, pero buenos para el cabezazo y el forcejeo.

Después de pasar las pruebas y el entrenamiento por separado, estuvieron a tiempo para debutar oficialmente y dispuse utilizar la vieja táctica de los centros.

El plato se veía grandilocuente y plagado de estrellas: Palta Hass, palta silvestre, tomate, arroz, queso fundido y normal, pimentón, salchichas, huevos. Uff…tremendo. Uno de aquellos de los que están preparados en la vida para grandes cosas.

Empecé a degustar el título mientras lavaba la indumentaria utilizada. Una porción en avioncito al paladar y un elemento al lavado. Una vez irrespeté mis propias reglas como D.T. y me tragué dos cucharadas seguidas sin lavar nada. -Casi, menos mal existe esa palabra. La encuentro genial-. Casi caí en la malvada tentación una vez más, pero tuve actitud, personalidad y con mis antecedentes que me dejan como un crack de la comida innecesaria asumí mis responsabilidades y me dejé de tonterías para demostrar con el ejemplo.

El lavado y el comer no cumplieron ciclos semejantes eso sí. A mitad del tiempo reglamentario estaba el plato a medias, y en el arco contrario, finalizada se encontraba la mojada misión.

Así que me senté y lo restante fue pura garra y pude conseguir los resultados esperados.
Al término del pleito fui por mi bebida energizante, que en traducción fue un amable cigarrito bastante ameno.

Di por concluida la rigurosa temporada que arrojó excelentes resultados, además de una sensación en el ambiente de que se hicieron bien las cosas y que, por agraciada añadidura, se cumplieron los objetivos.

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