Socia, reina de su reino

Sabemos que escribir es una herramienta potente para canalizar procesos. Más aún si es con humor y ésta, es una caricatura al borde de la línea. Y es que me había pasado antes -y yo no me libro de responsabilidad en el tema- pero esta vez fue demasiado.

Una historia con principio y fin precisos, capítulos marcados con un origen meteórico, una vertiginosa y descontrolada escalera al cielo con un final brusco; violento y catastrófico. Esta es la historia de la reina de su reino.

Nunca me han agradado algunas de esas personas que aun siendo frontales, hablan suavecito suavecito, de hecho, como que me intimidan un poco, me ponen nervioso. Aquellos que pronuncian con una sutileza macabra, es como esa calma despierta antes del temporal, como esa bomba de tiempo a punto de estallar que de pronto, ¡plum! efectivamente lo hace y reacciona.

Esta mujer, a la cual hube conocido década atrás -quizás un poco más-, había sido una compañera de aula en la universidad. En ese tiempo, éramos afines quizás por el tema de la rebeldía, pero no más allá de eso, compartiendo tal vez unos momentos simpáticos y unas tallas internas, unos almuerzos o ventanas, un compañero más como los otros que tuve.

Cuando reapareció este año, fue de improviso, yo ya me estaba armando solo y algo andaba la cosa. De pegas, me refiero. Entonces aterrizó la loca de patio con energía desbordante, entusiasmo frenético para regalar y simpatía fácil.

Así que, primero la ayudé -nunca comprendí sus intenciones, ni los objetivos-. Luego me ofreció una posibilidad de cuenta. Después otra. Las cerramos juntos y nos asociamos en el papel, por decirlo. Fueron 5 meses de una intensidad brutal, como una extracción de la realidad.

Al comienzo, puras buenas intenciones, cuentas bajo control y de momento eso bastaba – que era lo que yo promoví-, pero el cuento creció y cuando eso sucedió, los problemas vinieron de la mano, en una seguidilla. Durante cierto período, se podría decir que fue cada semana peor que la anterior. Paradójicamente un huracán de emociones, cuando esto era negocio. Presión y tensión en una sociedad quebrada.

Actos cancelados, tareas a medio terminar, ventas ingenuas, contactos en el aire. La energía fue desbordante, disparatada, como una yegua desbocada -se lo dije literal una vez- que corre y traspasa su límite, al punto de llegar a una crisis de pánico camino a una reunión.

Lo digo con intención por lo que refleja, esta mujer tiene uno de los dedos gordos de la mano más feos que puedes llegar a ver, con la uña carcomida a solo unos milímetros de la piel; es ancho, con arrugas, como un tomate aplastado, representante de la misma neurosis que expone como repelente cuando escucha algo que no le gusta y saca las garras como fiera en defensa propia.

Una vez conversando sobre nuestras locuras le dije:

– O sea, yo cacho que si voy al psicólogo no me encuentra nada mucho problemático-.

…risas…

Ella respira, comienza la inspiración  y agrega:

No, jajajaja…a mi sí, ¡seguro!

Escribo esto porque al momento final, despertó ese titán de batalla que temía desde mis adentros y ella sacó ese perfil de mujer empoderada que no me gusta, intratable, que mira fijo con cejas marcadas, dando órdenes altanera, como la describí al inicio, la reina de su reino o eso cree ella, es su reino, es su mente.

No digo que todo estuvo mal. Ni que lo que pasó fue por ella, fue todo más bien un milk shake de licuadora con muchos cambios personales, aprendizaje y evolución. Entremedio, esa morena orate, chorreando bipolaridad.

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