Las redes digitales son reflejo de la realidad

Desde adolescente he incursionado en esto de las redes sociales digitales que se fueron presentando a nuestro alcance, cada vez a más cuestiones a medida que crecíamos junto al exponencial desarrollo de la tecnología.

Esta vez, me dejó algo atónito hacer la relación para comprender la profundidad del efecto espejo que se produce entre la realidad y las redes sociales digitales. Fue más específicamente, en la más famosa #Tinder, donde encontré 3 historias de mujeres del mundo real. Historias que muchas veces dejamos pasar por nuestro intrínseco egoísmo. Dejamos pasar esas historias, como un tiraje de película cinematográfica que corre frente a nosotros y cuando lo hace, queda atrás y se olvida.

La primera historia tiene que ver con uno de los temas más sensibles en la ciudadanía hoy. Es la historia de una mujer discapacitada físicamente, genio y sofisticada intelectualmente, que, aun con la amplia aceptación de su círculo social, se infiere que algo le falta y recurre a la aplicación que evita los prejuicios que hay de por medio. Habrá, supongo, algunos que han conocido su relato o más aún, quienes la han buscado para que cuente sobre su caso; una mujer en silla de ruedas, con altas capacidades intelectuales en el Chile 2018.

La segunda historia es sobre una mujer víctima de sus circunstancias. No hubo afán de ella de que sucediera lo que sucedió y tampoco ningún pronóstico. El origen de esta tragedia se remonta al hermano menor de ella. Este buen cabro, iba al instituto y cumplía con regularidad sus deberes académicos y domésticos. Sin embargo, poco a poco su completo comportamiento comienza a cambiar. Su figura doméstica desaparece y se ausenta por períodos prolongados, sin aviso. Cambia su forma de vestir, abandona los estudios. En la familia reconocen consumo de drogas, piensan que es solo marihuana, pero no lo es. De un momento a otro, el hermano es un recuerdo en la cotidianidad. Suena el timbre, abre el padre del hogar, al otro lado hay un carabinero. Viene a contarle que su hijo de veintipicos años había puesto una bomba en un cajero automático. Era parte de un grupo anarquista que era perseguido por las policías. Actos vandálicos perteneciente a un armado engranaje mayor. Cuando la conocí a ella, habían pasado varios años de la detonación que les cambió la vida. Ella, en esa época, tenía un trabajo que disfrutaba, una salud de deportista y un hogar fraterno. Cuando la conocí después estaba obesa y se sentía mal por eso, ya no podía trabajar, su vida se había convertido en un martirio. La despidieron -sospecha- por este vínculo familiar y no volvió a estabilizarse para sobrevivir quebrada en adelante. La casa familiar fue repetidas veces atacada por extremistas de diferentes corrientes. Se abrió el caso judicial y todos los ahorros del clan se fueron en el proceso. Y en la salud del hermano, en re construir su brazo quemado y en el impactante desafío de volver a acogerlo en el hogar. Ella no me volvió a hablar cuando le comenté que había relacionado un par de datos y descubierto quien era su hermano. Se alejó de inmediato, desconociendo que mi interés en ella podía ir más allá de lo evidente. Pero me lo había advertido: Ya no hablaba con personas.

La tercera fue la que motivó mi reflexión inicial. Una mujer, estaba bien. Bien con su salud -o eso creía-, bien con el trabajo que realizaba y con proyecciones infinitas propias de la juventud. Ella, estaba en esa increíble posición en la que crees que tienes el mundo a tus pies. Ya estudiaste, diste los primeros pasos laborales, las cosas resultan. Para ella, algo no andaba, a pesar de ese sentir, dolores ocasionales y ruidos en su cabeza la hicieron dudar, demasiado lentamente, que había que tomar cartas en el asunto. Después de recurrir a un sinfín de médicos de distintas especialidades, incapaces de hacer un diagnóstico certero, se dio la circunstancia y finalmente, un@ médico, en una casualidad, detecta algo extraño y pide exámenes al paciente. En menos de una hora la contactaron del hospital. Tenía un tumor detrás de su ojo izquierdo. Llevaba 5 años con esos dolores, un síntoma identificable que le indicaba que debía aprender a vivir y ser consciente de su fisiología. Su mensaje de fortaleza común y honesta, con unas 16 operaciones tras el quirófano, es: ponle atención a la salud, es lo más importante.

Cada una de estas 3 mujeres son representantes de discriminaciones varias y continuas, pero si las viera en la calle no las reconocería, no las vería, no podría leer e identificar sus hermosas historias de adversidad compleja, giros insospechados, dolores difíciles de tragar.

Tres historias digitales, que no me significaron ningún contacto físico y que, a pesar de ello, me dejan una lección: son las redes una impresionante fuente de realidad.

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