La patria heredada

Mis amigos se burlan que me jure, al menos a un cierto nivel en la intensidad de mi compleja vida, italiano.

Mi madre, sin mayores pretensiones en el mensaje, me decía de pequeño que quizás yo, en otra vida, podría haber sido esclavo romano.

En mi tierna infancia colgué la bandera de Italia en la pared. No soy, ni he sido, bueno para andar colgando cosas en las superficies, pero lo hice. Tampoco de pegar stickers, pero ahí está la bandera italiana pegada en mi bazuca.

Cuando fue el mundial de 1980 yo no seguía el fútbol aún, sin embargo, fue cuando comencé a seguir a la potente azurra y alabar el pie preciso de Roberto Baggio, mi máximo ídolo futbolístico desde esos años y por muchos más.

En el colegio fui alumno regular. Es posible, mediocre. Las materias de historia y algunas áreas del lenguaje las disfrutaba. Las otras, me producían rechazo instantáneo. Cuando tocó estudiar a Grecia, subí mis notas. Cuando tocó leer sobre Roma, me eximí con honores.

Y en Australia, me identificaban como italiano. Bueno, estaba con el pasaporte como documento base, pero los que no me conocían igual pensaban o deducían que era de la península. Y mi afinidad social en Oceanía, entre viajeros, fue con los italianos.

Nunca he ido a Italia. El sueño, ese que incluye residencia europea, es de lo poco que me falta por cumplir.

Entonces, mi duda es, ¿soy un cínico o algo hay ahí?

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2 thoughts on “La patria heredada”

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