Bloodline: Arenas blancas entre corazones negros

Muchos “expertos” piensan que lo principal en una historia cinematográfica son las interpretaciones. En ese enfoque, ésta toca el pitido inicial en un punto alto, con un elenco repleto de actores consagrados de cine y TV. Y eso, define la apuesta.

La historia cuenta las desavenencias de una familia en particular ante el retorno reciente de uno de sus miembros; desquerido y renegado. En una ambientación tropical, cercana e intimista, densa y amarga, con extraordinaria exposición del entorno, situados en Los Cayos de Florida, la serie transita por senderos en una constante ambigüedad.

Los hechos nos transportan al desenlace: qué pasa en el tiempo con ese linaje tan respetado en el barrio, en un relato abundante de recovecos hasta el desplome total de una familia víctima de sus secretos, codicia y ambición.

La narrativa es de ritmo pausado, con profunda voz en off que solo existe para explicitar misterio o monitorear el relato. La otra es una historia sencilla que dice en su trasfondo más de lo que cuenta: el cómo un individuo afecta y repercute en el ambiente, obviando el juego de buenos y malos en verdades y mentiras -confianzas-. En especial, cuando el sujeto tiene motivaciones y sentimientos ocultos que son el motor de sus actos. Por ello, el verdadero protagonista quiebra sus enlaces y afectos, manipula e intimida a los conocidos y con eso, domina. El tipo es una figura filuda, amenazante e incierta que engaña a todos. Menos a su viejo, quien supo leer sus intenciones y quien fue, paradójica o consecuentemente —como se prefiera—, el que le martilló su vida para siempre.

Por otro lado, nos muestran el perfil del buen hermano sostenedor amado por la crítica y comprometido, que termina pecando de ingenuo y de voluntad, embarrándose tanto los zapatos con barro, que al pasar de los capítulos, a la larga ya no se puede ni limpiar. Con esto, el espectador pasa de la inquietud al miedo efímero, evaluando en sus principios a quien apoyar moralmente en este entuerto.

Con el viento costero de protagonista, es potente cómo se desarrollan los hilos y se construyen los personajes. Nos muestra una estructura familiar originada en acciones al límite. Todos los finales son en modo fade out a negro y lo mejor de los capítulos, sucede en los últimos cinco segundos. Las apariencias no son referenciales y eso es un error de producción.

La serie contiene conversaciones elaboradas, un logro al día de hoy donde los diálogos en estos productos son planos y triviales. Este mérito ayuda mucho en la construcción de la tensión en el aire y va acompañado junto a un buen plan de detalles bien atendidos. Pero no es suficiente.

Además, hay un halo de similitud en todos los productos Netflix que dan la sensación de que esto ya lo vi. Por ende, sus contenidos fallan muchísimo en ingenio y creatividad, levantando proyectos con premisas súper innovadoras, pero ejecutadas con discreción.

 

Spoiler:

El penúltimo capítulo es una tomadera de pelo. Revive la historia como en una realidad paralela con memoria. Un completo sin sentido a una narración lineal. Como un día de la marmota. Abusan, se ve demasiada manipulación por conseguir el objetivo. Todo por una catarsis lunática del protagonista.

El primer golpe fue la golpiza por Sara. De ahí parte un camino hasta que el hermano mayor usa la infraestructura familiar como fachada para mover cocaína. El punto de quiebre.

Una frase del guion me pareció memorable, como esas máximas de sabiduría que vale recordar: “No somos el centro, porque no existe el centro”.

Mediocridad comercial: cómo exponer unas seis hospitalizaciones diferentes durante el metraje y que todas sean en la misma habitación. Mal.

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