Brazil

Brazil es clásico de clásicos. De esos que son íconos generacionales. De esas que marcan un antes y un después, siendo un modelo a seguir para lo que viene con el correr de los años. Es que tampoco es de un género, es un todo inclasificable.

Un potente todo de la mano de Terry Gilliam, un Monty Phyton vivo y activo. Desde humor negro hasta orate ciencia ficción, desde el minuto uno estalla la función y con sus formas tan propias uno sabe que se viene un material inusual y lo es,  es único. Uno podría ver 20 segundos y reconocerla. Un mérito filmográfico.

El tema principal, -usando la frase dualmente; tanto a nivel de contenido como su banda sonora- es un himno a la libertad, al ir más allá y alejarse de lo establecido. Es un llamado a continuar con el circo, que no termine la rebeldía ante las imposiciones. En el proceso hay cameos (Robert de Niro se le ofreció a Gilliam que lo puso en una papel genial), referencias, amor platónico y mucho impacto.

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Brazil no es para todos tampoco. Porque es demasiado. Y no escatima. E incluso sus efectos especiales se mofan de ellos mismos y sus personajes se mofan de ellos mismos, pero no es irreverente. Todo es una burla, una inteligente y consecuente para la carrera de Gilliam que dio duras batallas contra los estudios y contra la censura. De hecho, hasta el día de hoy es prohibida en ciertos estados de U.S.A.

Como alguien me dijo una vez, mejor no saber nada de ella y sentarse en la butaca con la mente en blanco y los canales fluyendo. Como pocas,  Brazil no es una película, es un paquete completo…y muy cargado.

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