Aquella Chica

Al llegar había una fémina inquieta que desenganchada daba brincos por el lugar de tipo bosque costero. Se sumergía sola con impresionante sencillez y facilidad en los grupos bulliciosos repartidos en la zona. Su amplia sonrisa en permanente exposición natural era su asequible carta de presentación, libre de la esquemática fonética exigida en lo común, mientras sus tubulares anillos de fino cabello corto saltaban junto a su dueña resaltando su entusiasmo magistral imperante.

Ella iba con aquél y él e integraba. Hacía decir cosas a los otros que apoyaban a contrarios en acuerdos con armonía singular y alboroto empático. Era la amiga de cada uno presente, su virtuosismo social era superior a prescindibles barreras de cortesía tradicional obsoleta.

Eso si debo reconocer que al principio no me interesó, pero sólo fue porque no la observé como era debido, un simple tema de atención merecida. Luego corregí mi ceguera fantasma y pequeños encuentros voluntariamente forzados se sucedían. Entre ellos y las horas, pasé de admirar su enérgica alegría a tenerla quieta entre mis brazos abrigadores y labios decididos. Su baja estatura, todo un fetiche para mí, me encerró entre ideas emocionantes y besos en estado de sitio.

Gocé apoyando mi mentón sobre su hombro derecho al son de un abrazo cruzado, alrededor de un fuego con leyendas de pueblo parlantes y el acecho de un final inevitable. De cierres a ciclos, su espontaneidad sorprende mi idealismo complicado y mis deseos seducen mi razón vulnerable.

Del gusto químico corporal hacia algo más hay un salto si el recorrido prosigue. Mi pasión espera que la virtual pierna de apoyo esté lista para el impulso y que su feliz respiración que la representa la acompañe en el nuevo camino.

Así, mi fénix romanticismo que habitaba congelado me perturba, pues tras años ingratos vuelvo sin calcularlo a sentir.

Si te gustó este artículo, ¡compártelo! ¡Gracias!